¿CÓMO NOS ADAPTAMOS A LA ADVERSIDAD?

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Esta semana, José Antonio López Guerrero comparte con nosotros su espacio de divulgación en RNE  “Entre Probetas”, para explicarnos qué es la resiliencia: nuestra cualidad para recuperarnos de la adversidad.

Control, autoestima, optimismo y aceptación son algunos de los recursos con los que contamos para hacer frente a los momentos difíciles de la vida.

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Un trabajo publicado en la revista Journal of Happiness Studies por un equipo de psicólogos de la Universidad Autónoma de Madrid, identifica algunos factores que favorecen que las personas se adapten razonablemente bien cuando se enfrentan a situaciones extremas de estrés y adversidad.

El estudio fue realizado con 171 adultos españoles y mexicanos de entre 18 y 87 años, quienes habían vivido situaciones difíciles: una separación, perder el empleo, la muerte de un ser querido o el embargo de la casa. No hubo diferencias entre ambos grupos.

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El efecto negativo de los eventos dañinos puede ser paliado a través de recursos personales y sociales que vamos adquiriendo a lo largo de la vida, como argumenta el estudio. Dichos recursos son el sentido del control -podemos influir en los resultados de los acontecimientos-, autoestima -aprecio hacia uno mismo-, optimismo -expectativa de que en general las cosas irán bien a pesar de los contratiempos- y la aceptación o capacidad de mirar con otros ojos a la adversidad.

A estos se añaden finalmente dos nuevos recursos que tienen que ver con la dimensión social del ser humano: el apoyo de la red social que nos rodea y la búsqueda de apoyo emocional en esta red social compuesta por amigos, familia, vecinos o conocidos.

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Estas dimensiones psicológicas y sociales del ser humano actúan de forma conjunta y funcionan a modo de “vacuna” contra el malestar emocional que provoca la adversidad. Conservar una actitud optimista y saber también cuando aceptar positivamente los hechos que son inevitables, permite mantener el equilibrio emocional. A este conjunto de dimensiones humanas constituye lo que se conoce como un modelo de resiliencia, denominación que se le da a la cualidad de recuperarse de la adversidad, y puede servir de guía para planear intervenciones preventivas o curativas que apoyen a las personas que pasan por dificultades.

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 José Antonio López Guerrero (JAL).

Profesor titular de microbiología de la UAM. Investigador y director de cultura científica del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa.

RECOMENDAMOS «EL SIGNIFICADO DE LA EXISTENCIA HUMANA» DE EDWARD O. WILSON

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¿Tiene la humanidad un lugar especial en el universo? ¿Cuál es el significado de nuestras vidas? Para el biólogo y ganador del premio Pulitzer Edward O. Wilson, ya hemos aprendido lo suficiente sobre el universo y nosotros mismos, como para poder empezar a afrontar preguntas sobre nuestro lugar en el cosmos y el significado de la vida inteligente.

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En El significado de la existencia humana, Wilson examina lo que hace que los seres humanos sean absolutamente distintos al resto de las especies. Buscando el significado de lo que Nietzsche en su día denominó «los colores del arco iris» en los límites exteriores del conocimiento y la imaginación, lleva a sus lectores a un viaje, entre la ciencia y la filosofía para crear un tratado del siglo XXI sobre la existencia humana, desde nuestros primeros inicios a una mirada provocativa a lo que presagia el futuro de la humanidad.

¿Cuál es el significado de la existencia humana?

Wilson sugiere que es la épica de las especies, que se inició en la evolución biológica y la prehistoria, pasó a la historia y, ahora con urgencia, día a día, cada vez más rápido hacia el futuro indefinido, es también lo que decidiremos que sea.

Los avances de la ciencia y la tecnología nos llevará al mayor dilema moral desde que Dios sujetó la mano de Abrahán. Estamos a punto de abandonar la selección natural, el proceso que nos creó, a fin de dirigir nuestra propia evolución mediante selección voluntaria, el proceso de rediseño de nuestra biología y naturaleza humana como deseamos que sea. La prevalencia de algunos genes sobre otros ya no será resultado de las fuerzas medioambientales, la mayoría de las cuales están fuera del control humano o incluso del entendimiento. Los genes y sus rasgos prescritos pueden ser lo que queramos. Entonces,¿qué pasa con vidas más longevas, una mayor memoria, una mejor visión, un comportamiento menos agresivo, una capacidad atlética superior, un olor corporal agradable? Como escribe Wilson, la lista de la compra es interminable.

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Tenemos suficiente inteligencia, benevolencia, generosidad e iniciativa como para convertir la tierra en un paraíso, tanto para nosotros como para la biosfera que nos engendró.Podemos lograr ese objetivo de manera verosímil, al menos, ir por el buen camino a finales de este siglo. El problema que está frenando este proceso hasta ahora es que elHomo sapiens es una especie disfuncional de manera innata. La maldición paleolítica nos ha ralentizado: las adaptaciones genéticas que funcionaron muy bien durante millones de años de existencia de cazador-recolector, son cada vez obstáculo mayor en una sociedad urbana y tecnocientífica global. No parecemos capaces de estabilizar ni las políticas económicas, ni los medios de gobierno a un nivel superior al de un pueblo. Asimismo, la gran mayoría de la gente del mundo sigue siendo esclava de religiones tribales organizadas, dirigidas por hombres que afirman tener poderes sobrenaturales para competir por la obediencia y los recursos de la fe. Somos adictos al conflicto tribal, que es inofensivo y entretiene si existe en los equipos de deportes, pero mortales si se expresan como luchas étnicas, religiosas e ideológicas. Hay otros sesgos hereditarios. Seguimos destruyendo el medio ambiente natural, la herencia más preciosa e irremplazable de nuestra especie ya que estamos demasiado concentrados en nosotros mismos como para proteger el resto de la vida que existe.

Mientras el conocimiento científico y la tecnología sigan creciendo exponencialmente, duplicándose cada una o dos décadas, dependiendo de la disciplina, la tasa de crecimiento se reducirá inevitablemente. Los descubrimientos originales, habiendo generado enorme conocimiento, se reducirán y empezarán a disminuir en número. En las próximas décadas, el conocimiento de la cultura tecnocientífica será enorme en comparación con la del presente, pero también será la misma en todo el mundo.

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Lo que seguirá desarrollándose y diversificándose de manera indefinida es la humanidad. Si se puede decir que nuestra especie tiene alma, esta reside en las humanidades.

Es cierto que la ciencia y las humanidades son fundamentalmente distintas la una de la otra en lo que afirman y en lo que hacen. Pero se complementan la una a la otra en origen, y surgen de los mismos procesos creativos en el cerebro humano. Si el poder heurístico y analítico de la ciencia se puede unir a la creatividad introspectiva de las humanidades, la existencia humana se elevará a un significado infinitamente más productivo e interesante.

Edward Osborne Wilson es reconocido como uno de los biólogos más importantes del mundo. Entre los reconocimientos que ha recibido en todo el mundo se encuentran la Medalla nacional de la ciencia de los EE. UU., el premio Crafoord de la Real Academia Sueca de las Ciencias, o el Premio internacional de biología de Japón. En el ámbito de las letras, dos premios Pulitzer, los premios Nonino y Serono en Italia y el premio COSMOS de Japón.Es Honorary Curator en etimología y catedrático emérito de investigación universitaria de la Universidad de Harvard. Es autor de Sobre la naturaleza humana (premio Pulitzer de 1979), Las hormigas (premio Pulitzer de 1991), Consiliencia: la unidad del conocimiento, El futuro de la vidao Cartas a un joven científico, entre otros libros.

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Así se descubrió el esqueleto humano más antiguo de América

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ANTROPOLOGÍA    En una cueva inundada de la Península de Yucatán

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ASÍ SE DESCUBRIÓ EL ESQUELETO HUMANO MÁS ANTIGUO DE AMÉRICA

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Naia era una mujer que vivía en las costas del Caribe mexicano y cuyos antepasados venían de Siberia. Un día cuando tenía 15 o 16 años fue a buscar agua dulce a una cueva por la que también se metían grandes animales para beber, cuando se cayó a un hoyo, se rompió la pelvis y murió.

Desde entonces han pasado casi 13.000 años, pero cuando el venezolano Alberto Nava miró las cuencas negras de la calavera de esta joven del Pleistoceno tardío a través de sus gafas de buzo, todavía no podía ni sospechar que tenía en sus manos los restos humanos más antiguos de América, el eslabón entre los hombres que llegaron al continente después de cruzar caminando el estrecho de Bering, y los pueblos indígenas americanos actuales, según confirmaron los investigadores esta semana. No obstante, algo intuía el buzo. “El regulador se nos salía de la boca”, recuerda.

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Era mayo de 2007, cuando los miembros del Proyecto de Espeleología de Tulum (Quintana Roo, México) que llevaban seis meses trabajando en la península de Yucatán entraron en el cenote (ojo de agua generalmente profundo) de La Virgen, unos cien kilómetros al sur de Cancún y a solo ocho de la costa. El objetivo era explorarlo y hacer un mapa.

“Era un día normal. Bajamos por las aguas cristalinas del cenote, llegamos a un túnel, lo recorrimos por más de un kilómetro para mapearlo y de repente encontramos ese pozo gigantesco”, explica Nava en declaraciones a EL MUNDO. “El suelo desapareció bajo nosotros y no podíamos ver nada, el hoyo absorbía nuestras luces, por eso lo llamamos Hoyo Negro, era increíble, tan grande, circular… vimos otros dos túneles pero decidimos regresar porque no teníamos equipo para seguir adelante”.

Uno de los buzos examina huesos de un animal en el cenote. 

Uno de los buzos examina huesos de un animal en el cenote.INAH

Nava y sus dos compañeros Alex Alvarez y Franco Attolini, tardaron dos meses en regresar mejor equipados. “Descendimos por el pozo hasta que encontramos el piso a 55 metros de profundidad, la vista tardó en acostumbrarse a la oscuridad y veía que mis compañeros movían sus luces en todas direcciones. ¡Todo estaba lleno de animales!“.

“Lo primero que encontramos fue un fémur que estaba totalmente vertical, apoyado contra la pared, después una cadera de un metro de largo, osos, un perezoso gigante, el puma, el gato de dientes de sable… Entonces no sabíamos de qué animales se trataba pero sí que eran muy antiguos, porque veíamos el tamaño. Unos estaban en el piso otros, como el brazo de perezoso, sujeto a la pared”.

Creían haber hecho “el descubrimiento del siglo”, pero lo mejor estaba por llegar. “De repente Alex nos llama y pone su luz en un cráneo humano, pequeño, negro, estaba como al borde de una repisa, recostado en el húmero, invertido, con los dientes hacia arriba y mucho, mucho material de cristales y sedimentos”.

“Desde sus cuencas negras parecía que era la primera vez que miraba a alguien en 10.000 años, aunque entonces ni sabíamos de qué época era. Nos pasamos cinco minutos sin saber qué hacer, yendo de un lado para otro del pozo porque… después de Hoyo Negro, ¿qué más puedes esperar?”

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Siete años de investigaciones

Pasaron seis años hasta confirmar que Naia (nombre de la ninfa de la mitología griega con que bautizaron al esqueleto que se halló en la cueva) era el primer americano conocido, años de mucho trabajo interdisciplinar coordinado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).

“En 2009 reportamos el hallazgo al INAH y comenzamos un proyecto arqueológico conjunto, en el que entrenamos a espeleobuzos y en el que nosotros nos convertimos en las manos y los ojos de los investigadores que estaban en la superficie y que nos enseñaban las tareas a realizar dentro”.

Dos buzos exploran las aguas del cenote. 

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Las inmersiones, siempre grabadas en vídeo, fueron muy complicadas debido a la profundidad y al enorme equipo que había que sumergir. “Solo podemos hacer una inmersión al día porque es muy desgastante la rutina, muy cansado física y psicológicamente“.

Un día se bajaba el trípode, otro una mesa giratoria donde colocar las piezas a documentar y con suerte al tercero se podía comenzar la sesión de fotografías. A 50 metros de profundidad el trabajo puede como máximo durar cuatro horas, doce días consecutivos. Luego, a esperar a la siguiente temporada de las cuatro que se hacen al año.

A partir de 2011 Nava y sus compañeros comenzaron a recoger las muestras. “Lo primero que se sacó fue uno de los dientes y una costilla pero tardaron muchísimo en datar el esqueleto porque toda la parte orgánica se sale del hueso, no hay colágeno, no hay aminoácidos. Fue gracias al diente que se consiguió la fecha exacta“. Se estima que tiene 12.910 años. El cráneo de Naia es lo único que se ha extraído del lugar, para preservarlo.

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Los resultados de los diferentes análisis de ADN mitocondrial salieron en 2013 pero el equipo tardó un año en escribir el artículo de la revista Science que marcaría un antes y un después en la arqueología mexicana. “Posiblemente nos pasemos la vida en Hoyo Negro, es nuestra responsabilidad y el proyecto no termina nunca porque cada temporada encontramos nuevos animales. Pero creemos que la zona está llena de capsulas del tiempo como esta”.

Fuente que utilizo:  http://www.elmundo.es